Entonces descubrí que otros,
muchos otros
habían intentado cambiar el mundo
y que cada cual tenía
sus pequeñas fantasías al respecto
y rápidamente, vehementemente
asumí mi puesto en la revolución.
No tenía nada que perder
y no perdí más que el entusiasmo,
gradualmente, se entiende,
también perdí el respeto.