Siguiendo el consejo que un sabio aimara le diera a Vicente Huidobro, Lavín Cerda no canta a la lluvia: hace llover. Parece una obviedad, pero con frecuencia entre la intelectualidad se olvida que accedemos al mundo a través de los sentidos, por medio de un estímulo físico. El poeta en vez de soslayar el fenómeno lo subraya: la palabra poética es, lo primero, un cuerpo sonoro. Sus poemas equivalen a la estridulación de los grillos, un concierto indescifrable que acompaña la contemplación de un paisaje invisible. Se trata de la emotividad que surge por la magia de lo acústico: gozar el ritmo como en un baile y dejarse estremecer por las tonalidades de la lengua en su libre articulación. Moisés Villaseñor