«La civilización europea está amenazada. No solo desde el exterior, en forma de los numerosos desafíos que Europa afronta desde África, Oriente Medio y Asia oriental, sino también desde el interior, donde el declive morfológico que caracteriza a toda civilización tardía ha llevado a Europa a una verdadera crisis existencial; una verdadera «crisis» que tras muchos años de conflicto podría conducir a una reconstrucción imperial de Occidente, susceptible incluso de provocar un superficial florecimiento tardío, como lo fue el de la Roma de Augusto, o a su completa desintegración».