Durante un viaje en tren de no más de tres horas se pueden hacer amigos y enemigos, perseguir ladrones y asistir a bodas y manifestaciones en defensa de la fauna. La música se puede disfrutar en directo, al tiempo que uno se toma un cóctel preparado por experimentadas manos. La gente puede declararse, o bien abandonar a su pareja, todo cabe entre unos centenares de butacas y una docena de vagones. Y todo ello, entre fábulas y recuerdos, salpicado por una infinita galería de pinturas que parecen surgir por doquier.