La desolación no tenía almohada, ni lecho, ni anochecer. Aquella sensación de mordisco en el alma no acababa. No la podía digerir. A modo de consuelo, una de aquellas tardes en las que iba buscando amparo en aquel ángel encarnado, llegó a mí un poema. Años más tarde, encontraría sentido pleno a aquellos versos pero tuvieron que pasar interminables minutos, horas, días, meses y años… Mientras tanto, yo intentaba vivir sobreviviendo…