Cinco, nueve, once, diecinueve, treinta… En La tienda de figuras de porcelana los relatos están ordenados según la edad del personaje protagonista. Así, se alcanzan los cuarenta años en la mitad del libro y al final, llega la senectud, aunque en este caso la muerte no consiga detener el curso de la narración.
Un niño agita una bola de cristal para ver caer la nieve sobre la casita de su interior, sin saber que se encuentra habitada por alguien similar a él; el paseo solitario de un anciano es alterado a causa de un acontecimiento extraordinario, explicable únicamente por un principio de demencia… ¿o no?
Estos son el primero y el «último» de los relatos de un libro que sacudirá al lector, haciéndolo pasar de la nostalgia al terror, de la hilaridad a la ternura, en virtud de una combinación perfecta de elementos de ficción e incluso fantásticos, con otros de una evidente carga autobiográfica.
El resultado es una obra sumamente personal en la que sin embargo es sencillo reconocerse: sólo hemos de caminar con atención entre los estantes en los que se alinean las estatuillas de esta tienda.