En El dueño de las estrellas Licurgo, de la isla de Creta, vive en un exilio autoimpuesto de Esparta, de donde salió para evitar que se cumpliese un horóscopo nefasto. Una noche encuentra al rey de Creta en la cama de Diana, su esposa, y en lugar de asesinar a quien le ha deshonrado se suicida, burlando así el trágico destino que le habían impuesto los astros. A ello le ha conducido la razón exasperada: a evitar la fatalidad a costa del sacrificio.