CANTO A QUIEN nació para ser leído y releído en el descansillo delante de la fregona. Para ser releído hasta la enfermedad. Hasta la leyenda. Para volver a entrar en sus páginas después de ir con la mujer a por fruta ahí al centro. Para pasar de una cosa que se toca y se come uno sin enterarse mucho, a otra que se come y se toca con hambre, y se lee con mucha más hambre. Sabe mucho ese Onia moreno de las gorras sobre lo de agarrarse bien a lo más hondo y paralizante de la ternura. De la ternura esa que se expande con seguridad de albañil para sernos andamio del cuerpo y nos escribe.