Cada uno tiene su animal de elección, su tótem si así queremos llamarlo. Oso Solitario nunca tuvo dudas sobre cuál era el suyo, desde que su conciencia verdadera comenzó a despertarse. Quizá hubiera preferido ser un halcón. Pero para todos nosotros son limitadas nuestras posibilidades de decidir lo que hemos de ser, en esa amalgama irrepetible de libertad, necesidad y caprichos de la existencia que forma nuestra vida.
Oso Solitario, sí, pero no estúpido ni ciego a cuanto le rodea. Percibe agudamente, dolorosamente, alrededor de él y a veces también dentro de él mismo, los síntomas de la enfermedad; que hieden y supuran, como pústulas que rezuman muerte interior.
El odio contra el hombre blanco sexualmente normal, equivalente ideológico de