_Arrojarse al agua_ posee una vocación de unidad, que comparte con otros títulos de Carmen Borja, como por ejemplo _Libro del retorno_. Si bien cada poema goza de plena autonomía, todos ellos, sumados uno tras otro, constituyen un gran tejido o trama en la que fluye una conciencia poética que se abre al mundo y establece una complicidad con el lector, no como interlocutor ni como testigo, sino como un _tú_ en el que se desdobla la realidad. Se trata siempre de una voz que asiste al despojo del mundo, pero haciendo del poema un «tiempo lento para pensar / y avanzar después con decisión».
«¡Qué remedio –pareciera decir–, siempre hay tiempo de extinguirse!» y sin embargo lo que queda es la posibilidad de contemplar, de ser conciencia, porque «nadie se hace a sí mismo / sin ayuda de otros». Se entrecruzan así vida y poema para permitirnos olvidar «que todo viaje / tiene que ver con la muerte», aunque sólo quede la belleza y el obstinado deseo de vivir.