A Olivia comenzó a asustarle la idea de que Alfred pudiera sentirse a gusto con su recién recuperada consciencia de ser una encarnación del Mal en la Tierra.
―Seguro que le encantará. Lo del Mal le va como anillo al dedo. El Bien le queda lejos. Le gustará, le entusiasma lo temerario. Ser Príncipe de las Tinieblas resulta excitante. Aunque con Alfred parece que sí, pero en el fondo es que no. Puedes verle afirmado en una posición, resuelto en una manera de proceder, y de repente ver cómo se decanta por el lado contrario. Más que contradictorio o imprevisible, resulta un hecho de imposible definición. Imagínate ahora, con este certificado del Mal encima de la mesa. Con la incertidumbre que conlleva, y lo arriesgado de un planteo tan visceral. Ser una encarnación del Mal implica un poder de los que hacen temblar. Ignoro la procedencia de esta afirmación, pero será una tentación irresistible para Alfred. Seguramente como lo sería para cualquiera. Ser consciente de la propia condición convierte las cuatro gotas en lluvia torrencial, en borrasca, en un verdadero huracán― iba pensando Olivia entre hortensias y claveles.