Tan potentes se hicieron aquellos coros de ángeles y tan intensa su refulgencia, que la gente comenzó a salir de sus tiendas de campaña. Se quedaron boquiabiertos, atónitos ante tanto esplendor. Fue tanta y tan desbordante la emoción del momento, que la muchedumbre entera se desplomó de rodillas entre sollozos: nunca ojos humanos habían presenciado tanta grandiosidad y tanta belleza. Los ángeles bajaban a cientos, y la intensidad de los coros crecía y crecía, y parecía no tener fin. Aquella luz intensa deslumbraba toda la faz de la Tierra con su resplandor. Las caras comenzaron a volverse de oro y de plata, y casi transparentes los cuerpos. Poco a poco, en el centro de la luminaria, franqueada por docenas de ángeles, majestuosa y resplandeciente, comenzó a revelarse con mucha nitidez el perfil cristalino de la escalera que ascendía al Reino de la Luz. En lo más crecido de las voces comenzaron a redoblar los tambores, y aquel coro de ángeles y arcángeles se convirtió de pronto en una poderosa marcha triunfal.