La vida cristiana es una carrera. A través del evangelio, Dios nos convoca a un esfuerzo perseverante. Él capacita a sus hijos por medio de la gracia y la bendición inmerecida a través de Cristo, quien nos abrió el camino y ahora nos llama a seguirle hasta el final. Pero no nos lleva al cielo entre algodones, sino que a menudo tenemos que superar grandes obstáculos.