«Un pesimista que se precie, pensando que detrás de la muerte _puede_ haber algo _aún peor_ que esta vida (y todo apunta a esta posibilidad, dado que cuanto nos rodea, incluida nuestra propia existencia, parece ir siempre de mal en peor), trata de obtener de la vida el máximo disfrute posible, y busca evitar el dolor, tanto propio como ajeno, en la medida de sus fuerzas. Por eso, algunos de los grandes pesimistas \[…\] practicaron aquello que Schopenhauer llamaba el «arte de saber vivir», disfrutando, tanto como pudieron, de la literatura, del arte y de la música, y ayudaron, impulsados por la compasión y hasta donde les fue posible, a paliar los sufrimientos y mejorar la vida de sus congéneres, de los animales, y, si me apuras, del reino vegetal, que quizás sea también susceptible de algún tipo de sufrimiento”.