«Durante muchos años he sentido la profunda convicción de que la santidad práctica y la consagración absoluta de las personas a Dios no reciben la suficiente atención por parte de los cristianos modernos de este país. La política, la controversia, el espíritu partidista o la mundanalidad han socavado los cimientos de la piedad viva en muchos de nosotros. La cuestión de la piedad personal ha quedado lamentablemente relegada a un segundo plano y el listón vital ha caído deplorablemente bajo en muchas áreas. Con frecuencia, la inmensa importancia de «\[adornar\] la doctrina de Dios nuestro Salvador» (Tit. 2:10) y de hacerla hermosa por medio de nuestros hábitos se pasa completamente por alto \[…\]. La sana doctrina \[…\] es inútil si no va acompañada de una vida santa. Es peor que inútil: es perniciosa \[…\]. Tengo la clara convicción de que precisamos un profundo avivamiento en lo referente a la santidad bíblica.»