La deformación de Eros abre la puerta a un mundo oscuro sustentado por la ira y por el hambre que, sin quererlo, se apoderan en la mayoría de las ocasiones de la voz poética por culpa de una destructiva adicción al llamado amor heroico que, hoy en día, conocemos como tóxico u obsesivo. La inmersión en esta realidad narrada nos hace acompañar al yo poético por la pesadilla en la que se convierte el estadio de adicción, en el cual, se confunde el amor con el odio. Fruto de ello, la pasión, el terror y la sensación de abandono se funden en uno solo, obligando al adicto a desintoxicarse del objeto amado como única vía de supervivencia.