Fumagalli demuestra cómo en la historia del cristianismo se entrelaza una serie de partidarios de la guerra con los esfuerzos apasionados de hombres que intentaron suavizar los conflictos armados, dictando reglas orientadas a minimizar el horror. Desde la condena de la guerra santa por parte de Marsilio de Padua hasta los pronunciamientos pontificios, de Benedicto XV a Juan XXIII, contra la "inútil matanza", esta dialéctica entre "guerreros" y "pacíficos" atraviesa la civilización cristiana.