¿Qué era este lugar? ¿Un grupo de prehistóricas rocas de arenisca cuyas extrañas formas cautivaron por siglos la imaginación del hombre? ¿Un santuario donde se rendía culto a Wotan o a las Madres? ¿Un antiquísimo observatorio astronómico en cuya más elevada roca los sajones erigieron el legendario Irminsul o un centro de peregrinación medieval construido a imagen y semejanza de la (otra) “Tierra Santa”? ¿Era ésta la torre de Veleda, que cita Tácito, o un templo mitraico erigido por las tropas romanas? ¿Era un oráculo precristiano o un monasterio carolingio para ermitaños? Probablemente todas estas afirmaciones sean ciertas, y el misterio del lugar –su alma– aún siga atrayendo, como en tantas otras partes, la curiosidad de los visitantes y la devoción de los creyentes a lo largo de los siglos.