Ficha

<p>Ayeres. Le seguían las palanganas con las aceitunas que nunca comprábamos porque del pueblo nos tenían surtidos. Las había gordas y diminutas, verdes y moradas, arbequinas, en salmuera, gordales de Sevilla, manzanilla, obregonas aliñadas, verdiales todas ellas con un olor tan penetrante que se pegaba a la nariz y al paladar. Hois. Mientras yo estoy en la notaría, él echa una partida en el bar de la esquina. Antes se llamaba bar Manolo. Ahora se sigue llamando bar Manolo, pero lo llevan unos chinos. De los cuatro de la partida uno se murió de un ictus (mi padre ha aprendido esa palabra y, asombrosamente, cada día me da la noticia de un famoso a quien le ha dado uno). Se ha sumado uno de los chinos que juega al tute como si no hubiera hecho otra cosa allá en su Hangzhou natal. Mañanas. Mira si hay algo por ahí para mí. De lo que sea. No me asusta el trabajo. A padre le dará algo, ya lo sé. Y madre se tendrá que quedar sola con él, pero yo no puedo más, hermanita. Tú no pediste permiso. Dijiste me voy y ahí estás. Y pareces feliz. Creo que yo también me lo merezco. El pasado, el presente y el futuro de gente corriente que desgrana lo vivido o sueña con lo por vivir.</p>